sábado, 22 de enero de 2011

A un Camarada

Era tarde, muy oscuro. Lo peor había sucedido.
Era aquel tiempo donde y cuando todavía era hombre de carne y hueso.
Era oscuro, terriblemente compungido, arrojado a la tiera. Me lanzaron escupido, un hercules desterrado era, de lo que yo había creido el Olimpo.
Nubarrones grises descargando en mis ahora escualidas mejillas, toneladas de alegrías, esperanzas y recuerdos. Vaciándome por moentos, desolado, roto, muerto... y desde lo profundo a ti te llamé.
¡Y viniste! Raudo y pronto, no tuve que aguaradar ni un mísero segundo. Apareciste acogedor, hermano de vida, consejero nato por tu inefable sapiencia de los días, con tu madre recorridos por España, Marruecos y la Europa de tus jovenes corridas.

Si me habían vomitado, escupido y maltratado, levantásteme con tu incansable espíritu, me cogiste de la espalda, animándome a empezar el paseo, un nuevo paseo de una edad adulta, serena y reflexiva. Recogísteme del mundo platónico del que había caido, y como buen peripatético que eres, llevásteme a ver Mundo, incitándome siempre a pensar inconforme y atrevido. Suave y armónico despertar a la vida, por tu trato yo tuve.

Y hoy te digo: ¡Todo lo que hoy soy, es fruto de tu inmenso altruismo!
¡Antonio: gracias por todo, amigo!

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