Suele ocurrir u ocurrirte que en medio del trasiego existencial en el que se nos embarca, alguna vez que otra pero no muy de vez en cuando, emerja impertinente alguna pregunta que otra. No adviene anunciado, ni tiene demasiado espacio en nuestros cavilares. Acontece inesperada al estilo de una visita muchas veces tediosa; conocido, amigo o compañero que no ha podido resistirse a valerse de tus altruistas dares. Pero esta inoportuna visita mental no exige de ninguna clase de virtud erogatoria ni mundana. Su presencia puede ser advertida al derivarse tu natural recorrido diario, constituyendo un nuevo proceder. Es ese preciso momento bajo la pesada luz del recibidor dirigiendote a abrir la puerta, ese momento que atraviesas inconsciente cotidianamente sin mayor transcendencia que el ruido que haces al cerrar la seguridad de tu morada. Empero es en ese rutinario desarrollarse cuando abrumado te asombras de lo que acaba de representársete.
No tendrías más que haber extendido el brazo, asir el pomo y tirar sin demasiada energía. Pulsar el botón del ascensor, traspasar los metros del portal, mover la manivela, recomponerte tras el primer impacto del gélido estar-del mundo en tu cara, acudir a la boca de metro, pasar el ticket, apresurar tu paso, estrecharte entre mil y un brazos humanos, respirar con tranquilidad aunque el ambiente estuviese cargado, bajar en la estación acostumbrada, subir las escaleras con todos tus hermanos de existencia hacia la pureza del exterior, efectuar un mecánico movimiento con tus extremidades inferiores y ahí estarías. Finalmente sentado en tu oficina oyendo fluir la agitada mañana de tráfico, en la que esos otros colman su tan conocido viaje diario hacia la aventura, en la gran pista de atletismo. Sus caras muestran el asombro que este acontecer les produce, escrutan fascinados cada parcela recorrida, y reconocen las pisadas de las suelas de sus zapatos. Fijate, uno se ha parado a contemplar la huella de sus antiguas zapatillas del colegio, parece ser que añora esas zapatillas porque no es frecuente que nadie se detenga en tan ordenado recorrido. Es curioso, ¿qué estará pensando ese hombre? ¿Acaso hay algo por lo que valga la pena parar a deleitarse? Natural es que en tal recorrido muchos se asombren, siempre que el Tiempo y la Saciedad acompañen. Suelen hablar entre ellos y hasta incluso apasionarse por las lineas que separan la pista o por la forma que ésta misma tiene.
Pero, ¿porque corren todos a la misma meta? ¿Porque corren? ¿Porqué tienen meta?
Bueno, quien somos nosotros para perturbarles la metne a todas esas gentes, así que retomemos nuestra singular visita mental.
Creo que todos nos hemos representado lo que es una rutina. Es en esa rutina donde se nos presenta la Pregunta que acucia, que exige. La pregunta se nos puede formular a apartir de muchas y distintas formas...Hace poco tiempo hubo una que me paralizó por un buen rato, reclamandome un espacio en el Tiempo que me da Ser. ¿Porqué no...?
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